martes, 29 de diciembre de 2015

Proveer

El grito de la china sacó al gaucho de su letargo etil-filosófico. Sin entender muy bien si era un sueño, comenzó a restregarse los ojos desarmando lagañas como garrapatas.
Trató de leer el sol para adivinar la hora, pero el poncho revoleado al azar durante la noche anterior hacía de cortina improvisada.
Estaba decidiendo si levantarse o seguir con su meditación, cuando escuchó al gallo cantar.
"Ya está medio afónico... son las 13.15 de la madrugada" pensó el hombre de campo, que sabía usar los recursos que la naturaleza le propiciaba. Se acurrucó con la intención de seguir descansando, pero otro grito mas agudo lo puso de pié.

Salió tambaleándose de la pieza. "¿Qué le pasa china, que me grita ansí. Alguna cucaracha revoltosa me la anda espantando?"
La china lo miró torcido. "Qué cucaracha ni nada! Es mas del mediodía y no hay nada para comer".
El gaucho, todavía en paños menores, miró el techo de la tapera entrecerrando los ojos, meditabundo: "Tenía razón nomás..." -pensó- "...es más del mediodía".
Bajó la cabeza con lentitud y mirando lacónicamente a la china empezó a decir: "Pero mi china, tomamos unos mates y ..." no alcanzó a terminar la frase porque la alpargata del pié derecho de la china se estrellaba en su pómulo izquierdo.
Antes de desenfundar la otra, el gaucho, rápido de reflejos, dió media vuelta y se metió otra vez a la pieza.

"Habrá que ir a cazar nomás..." dijo en voz muy bajita. Manoteó la misma camisa del día anterior, unas bombachas de dry fit, el poncho de tela de avión, las alpargatas de trecking  (por si tenía que caminar un tirón), las boleadoras aretesanales y el facón "shin zu" comprado por "Llame yá". Estaba buscando su sombrero, cuando se apersonó la china en el cuarto, escoba en mano y cara de "se te acabó el tiempo", así que de apurón a la salida agarró lo primero que econtró: una gorra amarilla de la campaña del PRO.

El sol pegaba fuerte ese día, y no había caminado ni veinte metros pero la transpiración ya era copiosa. Estaba empapado, y las cejas tupidas no lograban contener el sudor que -de tanto en tanto- le entraba en los ojos.
Y estaba en eso, aclarando la vista, cuando el rugido del bicho lo puso en alerta. Miró para todos lados, y allá, recortado contra el horizonte lo vió venir al bicho. Ahí nomás se tiró al piso atrás de un árbol para esperarlo ya con las boleadoras en la mano. Esperó, esperó, hasta que lo tuvo a tiro, y ahí si, al grito de "Just do it" revoleó las gemelas.

Una pegó en tanque de combustible, y la otra derecho al motor. El mozo del delivery, sin saber qué lo había golpeado, cayó a un costado, llevándose la moto a tierra, y al ver al gaucho venirse como un demonio, con el poncho fucsia enrollado en un brazo y el "shin zu" en la otra, la gorra amarilla y los ojos rojos de resaca interrumpida, decidió correr por su vida.

El gaucho en pleno ataque, saltó sobre la moto tendida de costado, clavando la primera estocada en el filtro de aire. La seguidilla de cuchilladas casi desarmaron el motor. Siguó con el tanque, que quedó como un colador, y finalmnte cuando ya no quedó nada del tapizado del asiento, el gaucho se incorporó jadeando; caminó hasta el contenedor cúbica rojo que había rodado unos metros, lo abrió, sacó las cajas embadurnadas de muzzarella y salsa de tomate, y se las llevó orgulloso a su china, cumpliendo así  con el deber primero del macho alfa: el de proveer.