lunes, 10 de septiembre de 2018

Yo ingeniero: Mi pasión por las artes marciales


Mi capítulo con las artes marciales empieza, como muchos, un tanto borroso.
Ya dije que mi pueblo se mueve por modas, así que supongo que se habrá puesto de moda en esa época, y mis viejos, para que no rompamos las pelotas, nos mandaba a mi hermana y a mí a hacer todo lo que supusiera estar fuera de casa.
Fué así como nos inscribieron en karate. El profesor era amigo de ellos, así que no había mucho riesgo de que nos lastimen, supongo.

Enseguida las habilidades de mi hermana se hicieron notar. Tenía elongación, elasticidad, y siempre ávida de poder para subyugar al prójimo. Sí, ella iba  a ser de las buenas. Mientras que yo, era uno más de los 80 de las primeras clases.

Los dos primeros meses de karate fueron de "no karate". Tirábamos unas piñas al aire, pero nada más. Era más que nada acondicionamiento físico (intensidad media/alta para los varones e "in crescendo").
El entrenamiento era tan duro, que comenzaron a desaparecer alumos. Cada vez más. Hasta que quedamos 30. 7 mujeres y 23 varones.
Hoy entiendo que mi sensei no podía manejar semejante grupo inicial, y que buscó de esa manera quedarse con los que tenían real voluntad de seguir.
Lo que no sabía, es que yo no había tenido esa voluntad. Todos los días, después del entrenamiento, llegaba a casa y se sucedía el siguiente diálogo con mi viejo:
- No voy más.
- Por?
- Es una mierda. Nos la pasamos corriendo, saltando, abdominales, flexiones de brazos. Así no voy a ser jamás un ninja.
- Y tu hermana?
- Ella que haga lo que quiera.
- Pero vas a dejar que tu hermana te gane? (sabía qué puntos tocar, el muy culiado)
- Eh… no, pero a ella no le exigen como a mí!
- Pero es mujer! Vas a dejar que te gane?
- (Me cago en todo) No!
- Entonces, volvés la clase que viene, y después decidís.

Y claro, yo volvía… y al final de la misma tenía el mismo diálogo… y volvía de nuevo.

Y quedé nomás.

En ese grupo, había algunos viejos, un par de fanáticos (que nos hicimos amigos), y el ayudante del sensei: Un chango que no era del pueblo, y que nos forreaba porque sabía más que nosotros. Nos golpeaba simplemente porque podía, porque éramos unos newbies.
El tema es que me juré que iba a mejorar hasta poder por lo menos devolverle unas patadas.
Con ese juramente en mente (y mi habitual compulsión), me la pasaba practicando todo lo que podía, no sólo los días y horas de entrenamiento.
Enl a escuela en el recreo estaba tirando patadas al aire. Mientras caminaba por la calle pegaba con el antebrazo a los postes de luz. Me iba los sábados a la mañana al campo a entrenar con un amigo, mi amigo se volvía al mediodía, comía unos sanguchitos, llegaba otro amigo, entrenábamos a la tarde y a la noche volvíamos juntos.
En casa había fabricado un dojo artesanal en donde me pasaba horas pegándole  a una pared.

Así, descubrí el secreto mejor guardado por la humanidad: Para ser bueno en algo, lo único que hay que hacer es practicar.
Y fui mejorando.

Fui venciendo a todos y cada uno de mi clase, y cuando pensé que estaba listo para el ayudante… no vino más.
El sensei nos explicó que le había tocado el servicio militar y no iba a volver, y que era hora de elegir un nuevo ayudante. Absolutamente nadie conocía o sospechaba el método.
Estuvimos varias clases sin ayudante, sólo con el sensei al frente, hasta que un día, llegamos, estábamos formados (en  escuadra, es decir en varias filas), cuando el sensei gritó "Kumite. Asimé!" (Combate, ejecute).
El silencio se hizo presente. Cómo íbamos pelear si no había nadie enfrentado con nadie?
Sensei: - Qué son sordos ustedes!? Abdominales!
Hacemos abdminales, mirándonos unos a otros, a ver si encontrábamos un atisbo de lógica en todo ésto.
Sensei: - Arriba! Kumite. Asimé!
Más silencio y miradas con ojos desorbitados.
Sensei: - Se hacen los pícaros?! Flexiones de brazos!.
Hacemos fexiones, ya pensando que el viejo perdió la chaveta del todo.
Sensei: - Arriba!. Kumite. Asimé!
Yo estaba apunto de abrir mi boca para decirle que no entendía un pomo, cuando ví que el chico de al lado mío dá un paso y le pega un puñetazo en la espalda al de adelante.
Sensei (señalando al chico que recibió el gople): - Tocado, afuera!

Entendimos rápido. Y se armó un quilombo hermoso. Era un todos contra todos.
Algunos se hacían pegar, para salir ilesos. Otros, eran tocados y el sensei no los veía. Otros, habían salido, pero entraban de nuevo. Piñas y patadas que de arte no tenían nada.
Yo me acurruqué contra un rincón, por lo menos para que no me peguen desde atrás, y al que pasaba o me enfrentaba lo cagaba a patadas. También ligué varias, debo decir. Y si me habían gritado que me saliera, no lo había escuchado en medio de ese torbellino.
Finalmente, tuve a dos enfrente, que se estorbaron entre ellos para atacarme y los pude "marcar" y sacarlos.
Del otro lado del salón, quedaba un compañero, con uno enfrentado. Intercambiaron algunos golpes y el sensei decicidió quién salía.

Finalmente, quedamos uno y yo.

Yo tenía los pómulos cortados (no sé por qué, pues no valía pegar en la cara), y me dolía una rodilla y una mano. Pero el otro estaba peor.

Los que practicamos artes marciales descalzos, cada tanto desarrollamos una ampolla en el metatarso, debajo del dedo gordo del pié. Bueno, al otro acababa de reventársele y no podía pisar bien. Sin contar que tenía un ojo en compota y un labio partido.

El sensei nos puso frente a frente, ahora sí en un combate normal, pero a la orden de "asimé!" (comiencen) ninguno de los dos podía dar un paso adelante.

Un de nuestros compañeritos, solidario como él solo,  empujó a mi contrincante, y por puro reflejo bloqueé y  contrataqué marcando un ipon (punto completo).
Terminó el combate con ese ipon a cero. Y me convertí en ayudante del sensei.
Tiempo después, mi sensei me confesaría que manipuló un poco la situación para que quedara yo, porque era el que más voluntad ponía en la clase.

A todo esto, el viejo ayudante del sensei nunca más apareció, y me quedé con las ganas de "mostrarle" cuánto había progresado.

Con karate vinieron muchas  cosas: levanté el autoestima, dejé de ser el centro del bullying, entendí que en mis manos tenía el poder de lastimar realmente a alguien, y por lo tanto debía ser responsable.
Claro que ésto último lo aprendí después de romper algunas narices a los tipos mas grandes que me molestaban.
Y también aprendí que el cuerpo humano a esa edad no tiene límites. Podía correr 7 kms hasta el pueblo vecino para cortejar a una chica (que claro, todo transpirado no surtía el efecto deseado), declararle mi amor, rebotar, y volver corriendo los 7 kms de vuelta.

Luego me iría a estudiar a otra provincia, en donde practicaría kung fu, tae kwon do, sipalki (otra gran pasión) y finalmente "vale todo" (el precursor del UFC).

Todo se iría por la borda cuando en un descuido, dejé que el acohol ingresara a mi cuerpo, pero eso lo dejo para otra historia.