miércoles, 25 de agosto de 2010

Motivo

Era un celular caro. Siempre me gustaron los electrónicos y había hecho un esfuerzo enorme para comprarme ese celular de última generación. Y lo perdí de la manera mas estúpida.
Tenía el celular en el bolsillo, cuando me llamó la naturaleza. Minutos después, estaba en el baño, terminando de hacer del dos, cuando me reincorporé y al subirme los pantalones el celular salió de mi bolsillo rebotando en el inodoro. Ahí fue donde mis reflejos me traicionaron, pues, luego de rebotar, el celular iba hacia el piso, pero de un manotazo cambió bruscamente de dirección terminando dentro del inodoro, en medio de la materia que mi cuerpo acababa de descartar.
Debo recalcar que la búsqueda resultó tan infructuosa como escatológica.
Un episodio lamentable, pero sirvió para que el ingenio se agudizara.

En medio de una luz de inspiración, me las arreglé para conseguir un collar de esos de marketing barato de alguna megaempresa, y le colgué el celular en su extremo. Era una idea tan simple como eficiente, pero aún así necesitaba ser testeada, y por supuesto, con un celular de los más baratos que conseguí.

Así, fuí viendo beneficios impensados. No sólo era imposible olvidarme el celular en algun lugar, sino que nunca mas perdía llamadas por no escucharlo. Cada vez que se me cayó, el aparato nunca tocó el suelo. Una vez un gil me manoteó el celular mientras hablaba, y quiso correr... mas allá de una llaga en el cuello, no hubo pérdidas. Y por supuesto, hacer mis necesidades pasó a ser un tema normal, sin traumas.

Así, cada vez fuí tomando mas y mas confianza con la idea, y caminaba orgulloso por la calle con ese, aunque antiestético ornamento, mas que práctico. Y miraba a todo aquel que hablaba con un celular, pensando "pobre tipo, en algún momento lo va a perder..."

Y llegó el gran día. Me compré el celular mas caro que podía (en cuotas, por supuesto).
Apenas adquirido en el local, lo colgué de mi collar sacando pecho, ante la mirada vacía del vendedor. El camino mi hogar fué un poco exhibicionista, lo admito.

Apenas entrado a casa, un retorcijón me avisó que mi cuerpo tenía material de descarte disponible, y como siempre, fuí confiado a sentarme en el trono blanco.

Terminada la faena, y cuando me estaba subiendo el pantalón, cayeron un par de monedas que tenía en el bolsillo... una afuera, una adentro.

El momento de felicidad, al pensar que de no estar en mi cuello, esas moendas podían haber sido mi caro celular fue casi orgásmico.

Con una sonrisa en la cara, me acuclillo para levantar la moneda que cayó afuera y al reincorporarme, me doy cuenta que en ésta última maniobra, el celular, así, colgado de mi cuello emerge de mis heces... silencioso... marrón...

Y así, sr Juez, me declaro culpable de los cargos. Pero dígame usted, cómo después de los hechos que le acabo de contar, podría vivir tranquilo sin poner esos explosivos en las empresas Nokia y Ferrum...

Se lo aseguro, usted tampoco podría.

miércoles, 18 de agosto de 2010

Hay cosas...

... que el dinero no puede comprar, todas las demás son las que quiero.