jueves, 23 de julio de 2020

Yo Ingeniero - Mi corta expedición al exterior

Corría el año 2003. Yo tenía frescos 20 años y por mi cuerpo corría energía pura y no me dolía absolutamente nada.
Me encontraba con mi mejor amigo, Arístides, en la plaza del pueblo. Ambos a finales de Enero, de vacaciones sin absolutamente ninguna responsabilidad. Estábamos hablando de nuestra aventura anterior (y único antecedente para lo que vendría después): habíamos intentado llegar desde El Carmen a Salta, por camino de cornisa. Eran unos 70 kilómetros, que no habíamos completado.
Quizás porque habíamos hecho más de la mitad, que era todo de subida, pensamos que podríamos; o quizás ni siquiera pensamos eso y nos mandamos por el simple hecho de ver qué pasaba. Como sea, se nos ocurrió que podríamos ir en bicicleta desde donde estábamos hasta Lima. Si, en Perú. Unos 2500 km.

Rápidamente comentó que él y su hermano habían comprado un par de bicis de última generación. Yo esperaba que me dijera que tenían aire acondicionado y venían con pensión completa, pero no. Simplemente eran muy livianas, con cambios, y se desarmaban y armaban en dos minutos con una llave especial que traían.

Buscamos unos pesos que teníamos, armamos un bolso con ropa que llevaríamos a modo de mochila, y partimos pedaleando.
Ya en al llegar a la capital de Jujuy, San Salvador de, yo estaba harto de pedalear. Mi espíritu aventurero no tenía la temple de la de él. Ni las mismas piernas, al parecer.

Luego de una acalorada discusión, y ante la amenaza de volverme, lo convencí de que hiciéramos tramos en autobus y tramos en bicicleta. Aceptó de mala gana, y quizás por eso no se dió cuenta de que era yo quién estaba yendo a comprar los pasajes.
Y saqué hasta los más lejos que nos permitieron los DNIs. Hasta Chacalluta, Bolivia. A unos pocos kilómetros de la frontera con Perú.

En ese momento no había google maps, ni gps, ni nada, así que él estaría subido en  el bus, sin saber en donde nos bajaríamos.

Desarmamos las bicicletas y nos subimos. El nombre de destino del bus no decía mucho porque era una localidad de Bolivia que no recuerdo en donde tendríamos que hacer trasbordo para entonces sí, llegar destino.

Viajamos lo que restaba del día, y a las 2 de la mañana llegamos a ese lugar sin nombre. Arístides, esperanzado, comenzó a armar su bicicleta luego de que la sacáramos de la bodega del autobús, pero le dije que se detuviera, que ahora nos subíamos a otro.
Entonces se enojó.
El otro bus venía con retraso. Íbamos a estar ahí dos horas. Las dos horas Arístides no dejó de proferirme insultos, que a veces interrumpía con amagues de armar su bici, o de revolearme un puñetazo.

Llegó el otro autobus, subimos (en asientos lo más separados que pudimos) y nos dormimos.

Nos despertamos con el sol ya en alto y llegando a Chacalluta. Sin decir una palabra, mi amigo armó su bici y comenzó a pedalear hacia Perú, pero tuvo que volver cuando vio que yo estaba comprando un sandwich para desayunar.
Luego de desayunar y más decidido comenzó a pedalear de nuevo, pero otra vez tuvo que volver a ayudarme a armar mi bici, porque yo no tenía idea de cómo desdoblar esos fierros, y si la rompía su hermano lo iba a matar.

Pedaleamos cerca de 10 kilómetros, y llegamos al puesto fronterizo, pero cuando quisimos pasar hacia el otro lado de la frontera una palabra bastó para detenernos: "Pasaporte".

En esa época con sólo el DNI podías viajar desde Argentina, a Uruguay, Paraguay, Brasil, Bolivia y Chile. Es decir a países limítrofes. Pero para ir más allá, necesitábamos pasaportes. Ninguno de nosotros tenía uno.

Decidimos ingresar de todas maneras, aunque fuera por las malas. Pero primero le rogamos a los gendarmes que nos dejara pasar. Nos pidieron dinero, que no teníamos. Nos pidieron comida, que tampoco teníamos. Dejamos de insistir cuando nos dijeron que dejáramos una de las bicicletas, que nos la devolverían cuando regresáramos. Por alguna razón que no puedo explicar, no les creímos.

Y decidimos sentarnos a pensar en alejarnos del lugar, bordear la frontera y escalar las pocas montañas que nos separaban de Perú. Estábamos en eso, cuando vimos llegar desde el otro lado de la frontera, a dos montañas de tierra en dos ruedas.
Entiéndaseme la expresión. Eran dos personas en bicicletas, pero traían tanta tierra encima que era imposible distinguir que eran eso: dos personas.

Venían con cascos, gafas, pañuelos, ropa marrón, unas mochilas enormes en la espalda, montados en bicicletas, y todo eso tapado con tierra.

Al llegar a donde estábamos sentados y vernos a nosotros y a nuestras bicis impecables, se bajaron de las suyas.

Caminaron hacia donde estábamos nosotros, se quitaron el casco, y dos melenas rubias de desenrollaron hacia abajo.
Luego se quitaron las gafas, y aparecieron cuatros ojos (dos por persona, aclaro para los distraídos) de un celeste profundo.
Luego se quitaron los pañuelos de los rostros, y traían máscaras!
Y luego se quitaron las máscaras y aparecieron dos bocas de dientes perfectamente alineados. Esos rostros eran de las dos  mujeres más hermosas que hubiéramos visto nunca.

Sacaron un mapa plastificado y perfectamente doblado, y nos señalaron un punto: Humahuaca, Jujuy. No entendimos mucho, así que sólo levantamos el dedo pulgar en modo de aceptación. Doblaron y guardaron nuevamente el mapa.
Trataron de hablarnos en un español ininteligible a lo que yo les pregunté si hablaban inglés, con mi inglés con poca práctica hasta el momento. Me dijeron que sí, y preguntaron algo que podría haber sido cualquier cosa, pero que yo entendí como "A dónde se dirigen".

Yo, con mi habitual inocencia que justificaba plenamente mi estupidez, casi contesto señalando a la frontera, que queríamos ir a Lima. Pero Arístides, rápido de reflejos, me tomó del cuello antes de que yo hablara, un poco para evitar que lo hiciera pero otro poco (o mucho) porque todavía estaba enojado por el engaño y dijo alegremente "Jujuy".

Por un momento me despistó! No era que íbamos a Lima? No estábamos hablando de cómo colarnos sin pasaportes? Pero luego de esos mili-segundos entendí: Íbamos a volvernos con ellas.

Hablamos un ratos más, apenas entendiéndonos, y comprendimos que ellas eran Suecas (o de por esos lados), que eran 5 amigas, que venían haciendo la travesía en bici desde Cuba, desde hacía un mes mas o menos, y que 3 de ellas se habían quedado en Colombia, porque habían conocido unos chicos, y que se iban a reunir todas en Humahuaca.

No recuerdo qué más habremos dicho, pero sí recuerdo que se rieron muchísimo. Y comenzamos la pedaleada rumbo a Jujuy.
Íbamos llegando a Chacalluta, cuando pensé que me iba a tener que comer nosecuántos días pedaleando! Así que me las ingenié para "caerme" a un costado de la ruta, golpeando con una piedra la junta por la cual se doblaba la bici, rompiéndose de tal manera que era imposible seguir andando. Creo que Arístides entendió mi jugada, porque de no haber estado con esas chicas me hubiera despellejado vivo.

Luego de mentirles los incontables peligros a los que nos habíamos enfrentado transitando las rutas bolivianas en bicicleta, y de explicarles que el paisaje no era tan lindo después de todo, y que además podía estar lleno de bolivianos, las convencimos de cruzar el país en autobús.

Ésta vez tomamos el bus enseguida y las chicas se durmieron inmediatamente luego de sentarse. Con Arístides, nos fuimos a la parte trasera del bus a tramar la repartija. El problema era decidir quién se quedaba con cuál! Cosa extraña, porque en general discutíamos por quién se quedaba con la linda, sabiendo que el otro tenía que comerse a la dama de compañía como buen escudero. Pero ésta vez las dos eran hermosas, y la discusión era porque queríamos que el otro eligiera primero, así, en caso de fracaso, poder culparlo en el futuro.

Eventualmente también nos dormimos.

El autobús paró en otro pueblo distinto del primero, en donde nos dijeron que podíamos hacer el trasbordo. Bajamos, compramos empanadas, y éste vez sí, comimos como desaforados. Sorprendentemente las chicas también.
Ah, y bebimos vino. De calidad horrible, pero a ellas les gustaba.
Confiados en el que el vino facilitaría el trabajo, ésta vez subimos al autobús y las sentamos separadas, haciendo cada uno de escolta, pero la estrategia no surtió efecto porque también ésta vez rápidamente se durmieron.
Con Arístides nos fuimos otra vez al fondo, ésta vez a fantasear con qué cosas haríamos con ellas cuando llegáramos a Jujuy.

Llegamos. Ellas miraron otro mapa, y decididas nos guiaron hacia un camping municipal. Yo les dije que me ausentaba por razones personales y me fui al baño a defecar (dos días hacía que no hacía). Cuando volví, dos tiendas del tamaño de un monoambiente estaban perfectamente armadas. Pude ver a Arístides tirado en el césped y entendí que no había ayudado ni a clavar un estaca. Todo lo habían hecho ellas. Cuando me fui acercando, sacaron de las mochilas unos paquetitos diminutos y dijeron "Wir teikina shauer" que entendí como que se iban a pegar una ducha.

No sé cuánto tiempo transcurrió. Arístides y yo recorrimos las carpas habitadas por varones, mendigando preservativos, pero no conseguimos.

Entonces las chicas salieron. Con las cabelleras mojadas y envueltas en unas toallitas que apenas les cubrían las partes. Altas, pálidas, con las piernas larguísimas al aire, y sonriendo ampliamente. Yo me congelé. Se acercó una de ellas, me tomó de la mano, y me introdujo con ella a la carpa. De un bolsillo de la mochila sacó una caja de 12 preservativos. Viva la libertad europea carajo!

Salimos ya de noche, a buscar comida y nos sentamos en un fogón donde un grupo de chicas y chicos cantaban unas canciones de folklore, mientras uno tocaba la guitarra. Ahí encontramos a Arístides y a la amiga. Comimos, tomamos, nos seguimos riendo, y nos metimos a las tiendas de nuevo.

Pasamos 4 días con las chicas. 2 días cada pareja en su tienda, los otros 2 a veces los 4 en una. Arístides no sólo había robado la bicicleta de su hermano, sino también, muy acertadamente, su cámara fotográfica, así que hicimos registros de sobra de esos días. Al quinto día llegaron sus 3 amigas, comentando la belleza de las lagunas del Sol y de la Luna, en Bolivia.
Decidieron volver a Bolivia. Nosotros ya nos las íbamos a acompañar.
Las despedimos, y fuimos hasta una bicicletería, a que nos hicieran un arreglo casero en la junta de mi bici, para así volver pedaleando hasta El Carmen.

Estábamos en eso, cuando decidimos llenar las cantimploras en una vertiente al costado del camino, con tan mala suerte, que la cámara que viajaba en el bolsillo externo mal cerrado en la espalda de mi amigo, se le cayó al asfalto, abriéndose el compartimiento del rollo y velando toda prueba de nuestra aventura.

Ésta vez fui yo el que no habló en todo el viaje de regreso, muy enojado por tener un amigo tan pelotudo que no cerrara bien el bolsillo de la cámara.

Por supuesto, contamos la historia a todo aquel al que pudimos, pero sin las pruebas, estoy seguro que nunca nos creyó nadie.

martes, 2 de junio de 2020

Yo Ingeniero - Mi paso por una empresa mixta

    Corría el año 2006. Yo ya había pasado por un par de consultoras y una compañía internacional. Estaba dando mis primeros pasos como Arquitecto de Software, y me fui de una empresa que me pagaba en negro a una empresa mixta. Una papelera para ser más exacto. En ese momento yo no sabía, pero esa papelera era el centro de una controversia. Paso a explicar: En el país hay un solo periódico de tirada nacional importante. Y otro menos importante. Uno pensaría que son competencia, pero al ingresar ahí me dí cuenta que son socios. Y además socios del Estado. Basta con que esté el estado para que sea controversial, ¿no?
    El tema es que entré a trabajar ahí, sin saber dónde me metía (producto de vivir desinformado, claro).

    El lugar de trabajo era en un edificio viejo, donde habían algunas oficinas para los gerentes y un espacio abierto para los de sistemas. Un rejunte de escritorios, sillas, ficheros viejos y la gente mayor de 60 años, que parecía haber estado desde siempre ahí, completaban el mobiliario. Sólo el Arquitecto de Software, una pasante y yo éramos los jóvenes del lugar.

   Apenas empezado, yo esperaba que alguien me diera una introducción  a la jerarquía de la empresa, dónde estaba parado en el organigrama, cuál era el negocio de la misma (a grandes rasgos), y cosas que uno consideraría como de costumbre al empezar un nuevo trabajo. De todo aquello, lo único que ocurrió es que vino un hombre bastante entrado en años a decirme que él era el gerente del lugar. Y no lo vi de nuevo por las siguientes dos semanas.

    El segundo día, me senté en mi escritorio, prendía la computadora, y dí vuelta mi silla dándole la espalda al monitor, esperando que alguien viniera a decirme qué hacer. Pasaron los otros empleados a presentarse, muy amables todos, con su vasito de café en la mano, pero nada más ocurrió esa mañana. Por la tarde, vino el Arquitecto, y oh sorpresa! Tenía un volumen extremadamente bajo en la voz. En un espacio abierto, yo operado de un oído, me era imposible escucharlo. Le dije que por favor me gritara, que yo era sordo, y luego de reiterados intentos le entendí que tenía problemas en las cuerdas vocales y no podía hablar más fuerte. Yo sordo, él mudo. Bien empezábamos.

    Intentó explicarme en qué estaba trabajando, una especie de librería de controles (que se usaban mucho en esa época). Le dije que yo ya tenía una hecha, pero no, él quería hacer la suya (otra cosa que también se usaba mucho en esa época). Me dijo que cuando la terminara, íbamos a poder usarla... y se fue.

    No me dijo qué hacer, ni cuándo la iba a terminar, ni qué esperaba de mí, ni nada. Aunque quizás sí me lo dijo pero no lo oí.

    Los siguientes días de la semana se hicieron eternos. Me la pasaba alternado entre el juego del solitario (que ya le ganaba todas las veces) y el buscaminas (al que perdía pocas veces).

    La semana siguiente empecé más esperanzado, pero al segundo día me dí cuenta que la cosa no iba a cambiar.
    Quizás era yo que parecía ocupado, con tanta concentración que requerían esos juegos, así que bajé uno de naves, muy al estilo arcade, y lo más importante, que hiciera mucho ruido.
Sólo me pidieron que bajara el volumen.
Entonces acomodé el monitor como para que se viera que yo estaba reventando OVNIS a más no poder, esperando que me dieran algo para hacer.
No ocurrió. Y pasó la segunda semana.

   En la tercera semana, ya llevaba bajado unos 15 juegos, proponiéndome a disfrutar de las inesperadas  vacaciones pagas, cuando el gerente se acercó a mi escritorio. Entusiasmado lo mostré mi nuevo récord en el pacman, pero el hombre ni se inmutó. Venía a decirme que teníamos que relevar el circuito de un documento (y espero, lector, que sepa perdonarme, pero no recuerdo qué documento era, aunque de ahí puede deducir que muy importante no sería).
Me asignó como compañera y guía a la chica joven del lugar (a quién llamaré María, no por salvaguardar su identidad, sino de nuevo, por la fragilidad de mi memoria), y salimos raudos por las oficinas a perseguir el origen del papel.

María todavía estaba estudiando y llevaba dos meses en la empresa. Dos meses en los que no había hecho nada. Estaba entusiasmada por usar todo lo que estaba aprendiendo en la universidad, así que le puso mucha voluntad al trabajo. Era cuestión de preguntar quién generaba el papel, quienes los rellenaban, quienes los aprobaban, quiénes lo sellaban y quiénes lo guardaban. Ella tomaba nota de absolutamente todo, y de vuelta en la oficina se ponía a armar diagramas de flujo.

El trabajo se podía haber hecho en un día, pero eran tantas las oficinas a las que había que ir, tanta gente con la que hablar hasta dar con el indicado, que se perdía mucho tiempo. Mi primer encuentro con la burocracia. Nos tomó una semana.

En la semana siguiente, teníamos que preparar el informe. Yo sólo quería poner dos líneas:
1) Roberto no agrega ningún valor al proceso, sólo guarda el papel en un cajón, para al otro día (o a los dos), dárselo a la siguiente persona. Ni lo mira.
2) Claudia sella dos hojas por día, y claro, dice que se le acumula el trabajo.

María incluyó los diagramas que hizo, un anexo con notas, y no sé qué mas, y presentamos el informe un Lunes al mediodía.
Martes por la mañana, el gerente vino a pedirnos que modifiquemos el informe, porque Roberto era hijo de un político y Claudia era sobrina de otro.
Cuando el gerente se hubo marchado -o quizás antes-, yo ya estaba buscando un nuevo trabajo.
Martes por la tarde vino el arquitecto a mi escritorio, a mostrarme lo que estaba haciendo. No pude escucharle una palabra. Pero atendí las llamadas de dos empresas interesadas en mi perfil.
Miércoles me levanté y en vez de ir al trabajo fui al correo a enviar mi telegrama de renuncia.

La historia podría quedar ahí, si no fuera por una anécdota más. Cuando fui a retirar el cheque de la liquidación final, me encontré con María en un pasillo. Me comentó que mi renuncia había provocado una revolución en la empresa, porque NUNCA NADIE había renunciado de ese lugar.
¿Y es entendible! Eso era un paraíso para cualquiera. Un paraíso de vacaciones pagas, con aire acondicionado y café gratis. ¿A quien no le gusta eso?
Todos se preguntaban si yo era de una repartición escondida, que había ido a hacer una especie de auditoria secreta y ahora iba a expulsarlos del edén.
Me hicieron esperar para hablar con el gerente. Le expliqué que yo era simplemente un idealista que quería cambiar el mundo y todavía no tenía ganas de vegetar. No sé si me creyó, yo ya estaba preparándome para mi siguiente entrevista de trabajo.