jueves, 22 de noviembre de 2018

La muerte

Hace un tiempo me morí.
Contrario a lo que la gente cree, la muerte es sólo el complemento de la vida.
Y cuando digo "complemento" me refiero a exactamente el complemento.
A ver si me explico mejor: La muerte es lo que le falta a la vida. A "tu" vida.
En la vida, todos siguen vivos menos vos. En la muerte, vos sos el único "vivo", por no poder encontrar un término mejor.
No, no es como "Soy Leyenda". No. En la muerte, nada más está vivo. No hay perros, no hay plantas, no hay otras personas.
Y todo sigue así. No hay ciudades, no hay campo, no hay montañas. Sólo estás vos.
Vas entendiendo?
Lo bueno es que en la tierra de los vivos había hambre, dolor, injusticia. Acá no.
Pero es realmente bueno? El hambre servía para diferenciar momentos: Tenías hambre, estabas comiendo, estabas saciado. Momentos.
Acá no hay momentos.
Todo lo que hay es un piso de no se qué material, que no está ni frío ni caliente, que se extiende por doquier.
Hace mucho tiempo dejé de tratar de ver dónde termina. Caminé, caminé, caminé, y el paisaje nunca cambiababa, el suelo nunca cambiaba... nada cambiaba.
Claro, en la vida había cambios, acá no.
Tampoco tengo ropa. Estoy desnudo, y nunca siento ni frío ni calor. No hay sensaciones.
Y es aburrida. Muy. No hay absolutamente nada para hacer.
Tan es así que intenté de todo. Primero  de ejercitarme, pero no había cansancio. Debo haber pasado horas haciendo abdominales, sin que nada cambiara en mi cuerpo. Ni sed, ni agotamiento, ni temperatura, ni incremento en la velocidad de los latidos... Ah, esto último porque claro, no hay latidos.
Así que sin posiblidad de cansarme dejé de caminar y empecé a correr. Mismo resultado... llegué a ninguna parte.
"Puedo practicar canto" pensé... pero no tengo voz. O mejor dicho, no hay sonidos.
Tampoco hay luz. Es decir, hay, pero no sé de dónde viene. Puedo ver el piso, y puedo ver una especie de cielo de un color idéntico. Tan igual que no puedo ver el horizonte. No sé dónde se juntan.
También probé dormir, pero no, no hay sueño.
Una vez me senté en el suelo a esperar lo que fuera que ocurriera. Debo haber pasado meses, o años en esa posición. Alternaba con acostarme y pararme, pero no me movía del lugar. Y nunca pasó nada.
Y ayer mismo (no hay días ni noches, así que digo ayer para significar lo que en mi cabeza puede haber sido un día de los vivos) finalmente decidí terminar con aquello. Traté de re-matarme. O matarme de nuevo. Traté de tragarme la lengua sin lograrlo (nunca pensé que fuera tan difícil). Luego traté de clavarme las uñas en los brazos o cuello, pero mis uñas parecen de una goma muy fina. Y por último, traté de saltar lo más alto que pude, para aterrizar de cabeza. Todas las veces que lo intenté, fueron en vano: Cada vez que perdía la vertical ocurría lo impensado: Todo el lugar se alineaba a mi cuerpo y mis pies volvían a estar en la tierra.
Y ya entendí. La muerte es la nada misma. Es el aburrimiento eterno, donde lo único que existen son mis recuerdos de cuando estaba vivo, y que de a poco van también desapareciendo.

lunes, 10 de septiembre de 2018

Yo ingeniero: Mi pasión por las artes marciales


Mi capítulo con las artes marciales empieza, como muchos, un tanto borroso.
Ya dije que mi pueblo se mueve por modas, así que supongo que se habrá puesto de moda en esa época, y mis viejos, para que no rompamos las pelotas, nos mandaba a mi hermana y a mí a hacer todo lo que supusiera estar fuera de casa.
Fué así como nos inscribieron en karate. El profesor era amigo de ellos, así que no había mucho riesgo de que nos lastimen, supongo.

Enseguida las habilidades de mi hermana se hicieron notar. Tenía elongación, elasticidad, y siempre ávida de poder para subyugar al prójimo. Sí, ella iba  a ser de las buenas. Mientras que yo, era uno más de los 80 de las primeras clases.

Los dos primeros meses de karate fueron de "no karate". Tirábamos unas piñas al aire, pero nada más. Era más que nada acondicionamiento físico (intensidad media/alta para los varones e "in crescendo").
El entrenamiento era tan duro, que comenzaron a desaparecer alumos. Cada vez más. Hasta que quedamos 30. 7 mujeres y 23 varones.
Hoy entiendo que mi sensei no podía manejar semejante grupo inicial, y que buscó de esa manera quedarse con los que tenían real voluntad de seguir.
Lo que no sabía, es que yo no había tenido esa voluntad. Todos los días, después del entrenamiento, llegaba a casa y se sucedía el siguiente diálogo con mi viejo:
- No voy más.
- Por?
- Es una mierda. Nos la pasamos corriendo, saltando, abdominales, flexiones de brazos. Así no voy a ser jamás un ninja.
- Y tu hermana?
- Ella que haga lo que quiera.
- Pero vas a dejar que tu hermana te gane? (sabía qué puntos tocar, el muy culiado)
- Eh… no, pero a ella no le exigen como a mí!
- Pero es mujer! Vas a dejar que te gane?
- (Me cago en todo) No!
- Entonces, volvés la clase que viene, y después decidís.

Y claro, yo volvía… y al final de la misma tenía el mismo diálogo… y volvía de nuevo.

Y quedé nomás.

En ese grupo, había algunos viejos, un par de fanáticos (que nos hicimos amigos), y el ayudante del sensei: Un chango que no era del pueblo, y que nos forreaba porque sabía más que nosotros. Nos golpeaba simplemente porque podía, porque éramos unos newbies.
El tema es que me juré que iba a mejorar hasta poder por lo menos devolverle unas patadas.
Con ese juramente en mente (y mi habitual compulsión), me la pasaba practicando todo lo que podía, no sólo los días y horas de entrenamiento.
Enl a escuela en el recreo estaba tirando patadas al aire. Mientras caminaba por la calle pegaba con el antebrazo a los postes de luz. Me iba los sábados a la mañana al campo a entrenar con un amigo, mi amigo se volvía al mediodía, comía unos sanguchitos, llegaba otro amigo, entrenábamos a la tarde y a la noche volvíamos juntos.
En casa había fabricado un dojo artesanal en donde me pasaba horas pegándole  a una pared.

Así, descubrí el secreto mejor guardado por la humanidad: Para ser bueno en algo, lo único que hay que hacer es practicar.
Y fui mejorando.

Fui venciendo a todos y cada uno de mi clase, y cuando pensé que estaba listo para el ayudante… no vino más.
El sensei nos explicó que le había tocado el servicio militar y no iba a volver, y que era hora de elegir un nuevo ayudante. Absolutamente nadie conocía o sospechaba el método.
Estuvimos varias clases sin ayudante, sólo con el sensei al frente, hasta que un día, llegamos, estábamos formados (en  escuadra, es decir en varias filas), cuando el sensei gritó "Kumite. Asimé!" (Combate, ejecute).
El silencio se hizo presente. Cómo íbamos pelear si no había nadie enfrentado con nadie?
Sensei: - Qué son sordos ustedes!? Abdominales!
Hacemos abdminales, mirándonos unos a otros, a ver si encontrábamos un atisbo de lógica en todo ésto.
Sensei: - Arriba! Kumite. Asimé!
Más silencio y miradas con ojos desorbitados.
Sensei: - Se hacen los pícaros?! Flexiones de brazos!.
Hacemos fexiones, ya pensando que el viejo perdió la chaveta del todo.
Sensei: - Arriba!. Kumite. Asimé!
Yo estaba apunto de abrir mi boca para decirle que no entendía un pomo, cuando ví que el chico de al lado mío dá un paso y le pega un puñetazo en la espalda al de adelante.
Sensei (señalando al chico que recibió el gople): - Tocado, afuera!

Entendimos rápido. Y se armó un quilombo hermoso. Era un todos contra todos.
Algunos se hacían pegar, para salir ilesos. Otros, eran tocados y el sensei no los veía. Otros, habían salido, pero entraban de nuevo. Piñas y patadas que de arte no tenían nada.
Yo me acurruqué contra un rincón, por lo menos para que no me peguen desde atrás, y al que pasaba o me enfrentaba lo cagaba a patadas. También ligué varias, debo decir. Y si me habían gritado que me saliera, no lo había escuchado en medio de ese torbellino.
Finalmente, tuve a dos enfrente, que se estorbaron entre ellos para atacarme y los pude "marcar" y sacarlos.
Del otro lado del salón, quedaba un compañero, con uno enfrentado. Intercambiaron algunos golpes y el sensei decicidió quién salía.

Finalmente, quedamos uno y yo.

Yo tenía los pómulos cortados (no sé por qué, pues no valía pegar en la cara), y me dolía una rodilla y una mano. Pero el otro estaba peor.

Los que practicamos artes marciales descalzos, cada tanto desarrollamos una ampolla en el metatarso, debajo del dedo gordo del pié. Bueno, al otro acababa de reventársele y no podía pisar bien. Sin contar que tenía un ojo en compota y un labio partido.

El sensei nos puso frente a frente, ahora sí en un combate normal, pero a la orden de "asimé!" (comiencen) ninguno de los dos podía dar un paso adelante.

Un de nuestros compañeritos, solidario como él solo,  empujó a mi contrincante, y por puro reflejo bloqueé y  contrataqué marcando un ipon (punto completo).
Terminó el combate con ese ipon a cero. Y me convertí en ayudante del sensei.
Tiempo después, mi sensei me confesaría que manipuló un poco la situación para que quedara yo, porque era el que más voluntad ponía en la clase.

A todo esto, el viejo ayudante del sensei nunca más apareció, y me quedé con las ganas de "mostrarle" cuánto había progresado.

Con karate vinieron muchas  cosas: levanté el autoestima, dejé de ser el centro del bullying, entendí que en mis manos tenía el poder de lastimar realmente a alguien, y por lo tanto debía ser responsable.
Claro que ésto último lo aprendí después de romper algunas narices a los tipos mas grandes que me molestaban.
Y también aprendí que el cuerpo humano a esa edad no tiene límites. Podía correr 7 kms hasta el pueblo vecino para cortejar a una chica (que claro, todo transpirado no surtía el efecto deseado), declararle mi amor, rebotar, y volver corriendo los 7 kms de vuelta.

Luego me iría a estudiar a otra provincia, en donde practicaría kung fu, tae kwon do, sipalki (otra gran pasión) y finalmente "vale todo" (el precursor del UFC).

Todo se iría por la borda cuando en un descuido, dejé que el acohol ingresara a mi cuerpo, pero eso lo dejo para otra historia.

martes, 27 de febrero de 2018

Cómo dormir a un bebé

- Tome al bebé entre brazos, apoyando la cabeza en uno y la cadera en otro, panza con panza. Póngale el chupete y comience a hacer un vaivén rítmico usando el cuerpo como una hamaca.

- Comience a cantar dulcemente una canción de cuna.

- Levante el chupete que el bebé acaba de escupir, lávelo y colóquelo nuevamente en su boca.

- Prosiga con la canción de cuna y el vaivén.

- Coloque al bebé otra vez en posición horizontal , luego de que se incorporara porque dos moscas copulando en el vidrio de la ventana le parecieran sumamente interesante.

- Levante nuevamente el chupete, lávelo y colóquelo en su boca

- Luego de repetir las 2 canciones de cuna que sabe por décima vez, puede intentar cambiarle la letra. No importa lo incoherente que sean, el bebé no entiende, y de todas maneras va a escuchar interesadísimo lo que sea que salga de su boca.

- Levante nuevamente el chupete, y si no tiene demasiada pelusa y hormigas, no hace falta lavarlo.

- Después de sacar por cuarta vez la mano del bebé de su boca (la de usted), puede reemplazar la canción por sonidos guturales suaves, como "shhh, shhh, shhh". A ésta altura es normal intercalar alguna que otra puteada dedicada al destino, siempre con voz dulce, claro. El bebé deberá empezar a dormirse.

- Atienda la puerta, dígale a los Testigos de Jehová que se pueden ir a la gran puta madre que los parió, desconecte el timbre y vuelva a poner al bebé en posición horizontal.

- Espere pacientemente que el vecino deje de taladrar la medianera, y no, no vaya a comprar nafta para la motosierra.

- Levante nuevamente el chupete y póngalo en la boca del bebé. Y sí, si lo quería atar a algo, lo hubiera pensado antes, ahora ya es tarde.

- Soporte con el mayor disimulo posible el dolor insoportable que le producen las uñitas del bebé debajo de las suyas.

- Siga con el proceso, hasta que note un leve revoleo de ojos en el niño. Esto indica que va por buen camino, pero debe estar atento, porque el bebé tratará de que ocurra cuando usted no esté mirando.

- También debe soportar sin demostrar ninguna emoción el dolor causado por la mano del brazo inferior del bebé, enterrando sus uñitas dentro de su ombligo. Lo bueno es que el bebé le queda poco tiempo de estar estar despierto.

- A ésta altura, el vaivén de todo el cuerpo se habrá convertido en un movimiento lastimoso provocado por levantar los talones alternadamente, tan típico de zombies autistas. No se preocupe, es normal.

- La canción de cuna se habrá trasformado en un tono monocorde de una vocal elegida al azar. También es normal.

- Es entonces cuando debe estar más atento que nunca al revoleo de ojos, pues aquel que es seguido de un parpadeo dos milésimas de segundo más largo de lo normal es el que indica el momento de cambiar la estrategia: Dicho parpadeo es la señal de largada: debe comenzar a sacudir al bebé enérgicamente, como si tuviera convulsiones de parado, al son de una danza de la lluvia frenética remixada con carnavalito tecno del altiplano boliviano. El bebé, con éstas sacudidas violentas cerrará los ojos fuerte fuerte.

 - Tenga cuidado con los giros bruscos, pues el bebé es inmune a los mareos pero usted no, y esto combinado con el campo minado de rastis que suele haber en el piso podría ser fatal.

- Luego de aproximadamente 15 minutos de éste aerobic enfermizo, vaya bajando el ritmo gradualmente, y observará que el niño no abre los ojos.

- Una vez que el niño esté inmóvil por 10 minutos, se considera dormido. Puede proceder a dejarlo en la cuna.. que los fabricantes diseñaron como una caja alta con el cochón cerca del piso, y que obliga a arrojar la criatura desde medio metro de altura.

- Si tuvo suerte y no se despertó en la caída, entonces cuenta usted con 5 minutos para ir a hacer pis, bañarse, afeitarse, comer algo, y volver justo a tiempo para atender su llanto, porque el señorito terminó de dormir y claro, ahora tiene hambre.