viernes, 19 de mayo de 2017

El falso 9

    Don Manuel había llegado al pueblito desde España, terminando la segunda guerra mundial.
Apenas llegado empezó a trabajar en la fábrica de zapatillas. Con el tiempo, fue subiendo de categoría hasta convertirse en jefe de sección, y ese sería su último puesto antes de jubilarse.
En medio, se casó, tuvo dos hijos, un nene y una nena: José y Ana, que crecieron felices en su hogar.
Pero por lo que Don Manuel era reconocido, era por su pasión por el fútbol. Los domingos, se pasaba horas tratando de enganchar alguna señal AM en su radio portátil, sentado bajo la parra de su patio.

Ya era un hombre grande cuando se formó el primer equipo del club del pueblo: El Desparramo Unido. El nombre había sido decidido en una de las tantas partidas de truco de los viernes a la noche en el club, en donde los sucesivos vermouths ya no dejaba pensar claramente. Como muchas de éstas cosas, empezó como una joda, y quedó.

Don Manuel, inmediatamente se convirtió en el primer hincha fanático del equipo. Iba a verlo jugar a la canchita del pueblo, y cuando podía, lo seguía a otros pueblos. La radio había quedado olvidada en un rincón, pues, en vivo era mucho más excitante. Tanto, que Don Manuel, calmado y sereno en su casa y en el trabajo, era conocido como "Manolo el puteador" en las canchas.

Y su vida habría sido sólo eso,  si no fuera porque un día nació Alberto, su primer nieto.

Ya en la fiesta de bautismo de Alberto, Don Manuel vino con su regalo: Una flamante pelota número 3.
A medida que Alberto -o Beto- iba creciendo, Don Manuel lo iba envolviendo en su mundo del fútbol. Se llevaba su nieto a las canchas, le enseñaba las canciones de aliento, le compraba camisetas, botines y medias, le indicaba cómo putear al árbitro y esas cosas del folklore futbolero.
Por supuesto, Beto fué contagiado por tan intensa pasión, y así, y él y su abuelo habían construido un lazo envidiable.

Beto empezó a jugar al fútbol en cuanto tuvo edad para hacerlo. Y fue creciendo con ese impulso. Partido que había, partido al que iba. Pero aún así, era siempre elegido último en el "pan y queso". Y es que Beto, simplemente no tenía esa habilidad innata que caracteriza al crack. A veces marcaba algún gol, que era gritado por Don Manuel hasta quedar afónico, pero no era muy frecuente.
Don Manuel, repetía hasta el cansancio "Ya te vas a soltar y vas a ser furor". Pero a medida que pasaba el tiempo para Beto, la duda de que fuera a ser cierto iba en aumento
Y fué en su adolescencia temprana que se llegó a plantear que quizás ésto del fútbol no era para él, pero tenía tanto miedo de romper el corazón de su abuelo... Estaba en ésta disyuntiva, cuando le llegó la invitación para jugar en la reserva amateur de Desparramo Unido, un equipo local.
Eso bastó para que se le despejaran las dudas. A lo mejor sus amigos no veían algo que sí había visto el entrenador, y era por eso que a él lo llamaban y a ellos no.
Lo que Beto no sabía, es que el entrenador había cedido a los reiterados ruegos de Don Manuel, de dejarlo probarse.

En el partido bautismo, Manolo el Puteador estaba más eufórico que nunca. Sus compañeros de hinchada, ya sabían la noticia: El Beto Sánchez iba a jugar. Y nada menos que de 9!

Apenas empezado el partido, Beto salió disparado hacia la puerta del área rival, esperando el pase de algún compañero para encarar y a pura gambeta llegar al arco rival... pero iban 10 minutos del primer tiempo y esa pelota nunca llegaba.

Beto bajó un poco, hasta 3/4 de cancha, para ayudar en el recupero de pelota, y estaba en eso, cuando su arquero en un despeje, lanzó la pelota alto y lejos.
Beto, calculó en dónde iba a caer la pelota... mal. La pelota rebotó delante suyo, y volvió a subir, pasando por encima de él y de su marcador.
Todos pensaron que tal pifie en realidad había sido un amague para desorientar al defensor.
Beto tuvo un poco más de reacción que el defensor y corrió al segundo lugar en donde la pelota tocaría el piso, seguido por su marcador mirándole el número de la camiseta. De frente, le salió el central. Beto, se olvidó de la pelota. Vio a esa humanidad de 1.87 metros venírsele encima a la carrera, y por miedo a lesionarse, decidió esquivarlo.
La pelota cayó a centímetros de ambos, sobre un pozo que tenía la cancha, dándole una trayectoria impredecible para el pobre defensor, que vio cómo ésta rebotaba en su rodilla y mansamente se posaba rodando en la trayectoria que Beto llevaba, quien al ver ésto la punteó un poco hacia adelante y aceleró nuevamente.
Sólo quedaba el arquero entre él y la red. Decidió apuntar y disparar. Le dio con la punta del pié al medio de la pelota que salió zumbando por el aire, en una leve pendiente ascendente. El arquero, la vio pasar por el costado de su cabeza, con dirección al arco.
Don Manuel, parado a un costado del arco, estaba preparando la garganta para gritar ese, el primer gol de su nieto en un partido oficial... y jamás podría haber adivinado lo que ocurrió a continuación: la pelota rozó el palo, por el lado de afuera del arco y se estrelló en sus anteojos, destrozándolos y clavando mil astillas de vidrio en los ojos.

Don Manuel despertó en un hospital. Lo primero que preguntó fue: "¿Ganamos?"
Beto, al lado del él, le dijo "Sí, abuelo... pero tus ojos..."
Los médicos del hospital habían trabajado 6 horas seguidas para sacarle los vidrios de los ojos, pero el daño era irreparable.
Don Manuel recibió la terrible noticia: No iba a poder ver nunca más.
Beto le dijo: "Abuelo, no voy a jugar más...", compungido y atravesado por la culpa.
- No querido! - dijo Don Manuel - Vos tenés que seguir con tu sueño. yo no te voy a poder acompañar cómo antes, pero de alguna manera te voy a acompañar.

Y así fué que Beto siguió jugando al fútbol, en la cuarta categoría de Desparramo Unido. Don Manuel volvió a su radio. Ésta vez, lo seguía por la flamante FM del pueblo.

Quiso la casualidad que en la primera del mismo equipo, empezara a jugar un pibe, de 9, llamado Roberto Sánchez. Y sí, con el mismo apodo que Alberto: Beto.

Éste Beto, llevaba jugado dos partidos, y ya se le notaba la habilidad en la sangre. Y el tano "Vichenzo" no tuvo mejor idea que hacerle una broma a Don Manuel. Ése sábado, le dijo a "Manolo" que sintonizara la FM de la capital en vez de la del pueblo, que era una sorpresa. A Don Manuel no le agradaba la idea de no escuchar el partido de su nieto, que jugaba a la misma hora.
- Bueno - le dijo -pero un ratito nomás.
Sintonizó la radio justo cuando empezaban a transmitir la formación de su equipo, y el corazón le falló un latido a escuchar "Nueve - Beto Sánchez".
- Pero cómo! - exclamó.
- Era una sorpresa - le dijo el tano - ahora juega en primera.

Escucharon el partido entero. Faltando 10 minutos para el final seguían empatados 0 a 0, Beto Sánchez toma la pelota elude a dos rivales y al arquero y la clava en un ángulo.
Don Manuel gritó el gol hasta desangrarse la garganta. Los ojos destrozados se le llenaron de lágrimas y se abrazó al tano llorando. Fue entonces cuando el tano se dio cuenta que había ido muy lejos en su broma.

El tano se fue de ahí con un nudo en la garganta a abrir su carnicería. Cuando comenzaron a llegar los clientes, el tano no pudo más, y comenzó a contar lo que había hecho a quién quisiera escucharlo. Los clientes, lejos de reprocharle nada, le dijeron que estaba bien. Que a Don Manuel no le quedaba mucho tiempo de vida y que le había dado lo que siempre había soñado, el primer gol de su nieto en primera.
No pasó mucho tiempo antes de que todo el pueblo se pusiera de acuerdo en no revelar jamás el secreto a Don Manuel.
Cada domingo, Don Manuel y los amigos se reunían a escuchar el partido del Beto jugando en primera. Luego iban al club a comer unas rabas, y la gente que los cruzaban en la calle, lo felicitaban por los goles del Beto.
E incluso, su nieto, que lo veía tan feliz, le contaba hazañas futbolísticas que no eran suyas.

Siguieron así los meses, hasta que un día, pasó por allí un médico alemán, que iba de paso a la capital.
Fue en el club tomando una gaseosa donde  conoció a Don Manuel.
En medio de las charlas casuales el doctor le pidió a Don Manuel permiso para revisar sus ojos, lo que terminó con una frase poderosa "Éste ojo creo que puede salvarse, y va a poder ver de nuevo".

En los días siguientes la noticia se hizo vox pópuli. El turno para operarse era en dos semanas. Y el tano, y sus otros amigos, estaban felices y tristes al mismo tiempo. ¿Cómo le iban a decir que lo tuvieron engañado todo éste tiempo, justo con lo que más quería? ¿Entendería que comenzó como una inocentada y luego lo mantuvieron para verlo feliz? Estaban pensando en éstas cosas, cuando el entrenador de la primera de Desparramo Unido se hizo presente en la carnicería.

- Estoy enterado de todo- dijo- y creo que algo podemos hacer.
El tano y los amigos escucharon atentos.
- Organizamos un amistoso con el equipo del pueblo vecino, y lo convoco a Alberto a jugar en vez de Roberto. Allí, Alberto tiene que fingir una lesión, que lo aleje del fútbol. Yo voy a dar fe de que es cierto. Don Manuel va a cumplir el sueño de ver con su ojos (bueno, con uno) a su nieto jugar en primera, y nunca va a saber que su nieto es un queso.
Todos asintieron, quedando de acuerdo.

Pasó la operación, pasó la rehabilitación y llegó el momento en que Don Manuel podía salir a ver el mundo nuevamente, aunque a través de unos anteojos de vidrios muy gruesos. Ese viernes a la tarde salió de la clínica, tomó el colectivo a su pueblo, y al llegar a su casa su familia, Beto incluído, lo esperaban.

Don Manuel disfrutó la comida, pero disfrutó mucho más hablar con su nieto sobre táctica y estrategia futbolera para el partido del día siguiente.
Esa noche, apenas pudo dormir.

El sábado, la ansiedad lo carcomía. Quería que pasen las horas más rápido para a la tarde llegar a la cancha a escuchar el pitazo inicial.

Y llegó nomás.
Don Manuel, convertido de nuevo en Manolo el puteador, estaba ésta vez parado en las gradas altas, detrás del arco local con su grupo de amigos. alentando al equipo de sus amores, pero sobre todo, a Beto, sangre de su sangre.

El partido si bien era amistoso, se fue volviendo medio chivo. La rivalidad entre los dos pueblos se ponía de manifiesto en la cancha y se pegaban más de lo que jugaban. En esa batalla, la pelota rara vez llegaba a ninguna de las dos áreas, y cuando lo hacía era siempre por un pelotazo sin destino. Un partido malo. Pero para Don Manuel, era el partido más maravilloso del mundo.
No paraba de darle instrucciones a Beto (instrucciones que indicaban a dónde correr nada más, porque no le llegaba una pelota ni de casualidad).
Comenzó el segundo tiempo, y ésta vez Manolo tenía al arquero rival ahí abajo, que por supuesto convirtió en blanco de sus puteadas.

De repente, en el minuto 40 del complementario, una bola sin destino y rodando "chanfleada" le llega a Beto. Así como viene, Beto, la toca para enderezarla, y ésta pasa por entre las dos piernas del mediocampista defensor que lo marcaba. Beto sale disparado detrás de la pelota, y ve cómo le salen el lateral y el centrar a marcarlo. Primero llega el central, con la plancha sobre la pelota. Beto pierde el equilibrio al diputar la pelota y sale cayéndose hacia un lado y la pelota por el otro... pero el lateral que venía a la carrera le pega un topetazo y lo reincorpora en su vertical.
Beto aprovechando ese impulso, sigue corriendo, dejando atrás a los dos defensores caídos. En frente el arquero sale todo despatarrado tratando de achicar el espacio lo máximo posible. Beto trata de tirársela por arriba, pero le pega al piso primero que a la pelota. Esta apenas se eleva, aunque lo suficiente para pasar entre el brazo y la pierna del arquero ya sentado .
La pelota da un pequeño rebote y sigue apenas rodando, con Beto detrás y el arco solo enfrente. Imposible errar.
En ese instante, por la cabeza de Beto pasan las tardes con su abuelo, los abrazos, las corridas con el viejo detrás de las pelotas, ... y recuerdo amargo del viejo quedándose ciego....

Con la bronca apretada entre los dientes, Beto le pegó a la pelota con violencia, con furia,  para que su abuelo viera la red hincharse y que gritara ese gol que nunca había visto.
Ese instante duró una eternidad.. Golpeó la pelota lo más fuerte que pudo, y finalmente escuchó el grito de su abuelo tomándose la cara con las dos manos, con el resto del estadio en silencio: "LAPUTA QUE TE PARIOOOOOO", luego de que la pelota se estrellara nuevamente en sus flamantes anteojos.

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