miércoles, 29 de noviembre de 2017

Yo ingeniero: Mi torpe pero esforzada relación con el deporte.


Como todo nerd que se precie, en mi vida no podía faltar el asma, que me impedía hacer deportes como un niño normal, hasta empezada la secundaria.
Claro, que para entonces ya era muy tarde. Mi cuerpo emirriado y pálido no sabía cómo moverse por reflejos o siquiera coordinar.

En primer año la cosa no cambíó mucho, pues nos enseñaban voleyball, que creo que después del ajedrez es el deporte en el que menos se corre.

 Por suerte, en esa época,  Micheal Jordan la estaba rompiendo con los Chicago Bulls, y Adrían Paenza nos lo mostraba por TV. Ya dije que todo en mi ciudad se movía por modas, así que todos los niños y jóvenes empezamos a jugar al basquet.

Yo tenía una cancha cubierta (estando en Jujuy es importante recalcar lo de "cubierta") a media cuadra, y era el primero en llegar, y el último en irme. Por ello, no vaya a creer que yo era bueno. Nada más lejos de la realidad, pero sí aprendí a saltar (si, tampoco sabía saltar), y también a coordinar un poco.

Todo eso, sumado a que ya sabía correr rápido, arrancar y frenar de golpe (habilidades que se adquieren al evitar constantemente ser objeto de bullying) hacía que algunos pibes quisieran jugar conmigo. O, mejor dicho, no les importara tanto que jugara en su equipo. 

Lo importante de esa época es que podía correr sin ponerme morado. Entonces, haciendo volley en el colegio, y basquet en la calle, empecé a obtener la energía propia de un chico entrando a la adolescencia. Energía que no llegaba a gastar en el día, y por lo tanto rompía las pelotas a mis padres de tarde/noche, así que para completarla, me inscribieron en karate (que merece un post aparte, y va a ser el siguiente de la saga)

Pasó primer año y en segundo tuvimos la mitad del año volley, y la otra mitad handball. Para jugar handball Hay que dar pases con la mano, se puede botar la pelota, se pueden hacer 3 pasos con la pelota en la mano,  y en vez de un aro hay un arco. Es un basquet disfrazado, y como tal lo tomé.

En la escuela técnica, todos los pibes jugaban al fútbol, así que rápidamente me perfilé como "la estrella" de handball. Bah, exagero un poco, pero es mi historia y la cuento como quiero.

Estaba muy tranquilo con ese deporte, cuando al pueblo llegó una nueva fiebre: la del paddle.

Para aquellos que no saben, el arco de handball es mucho más grande que una paleta de paddle, por lo tanto, para jugar al segundo se necesita mucha (pero mucha) mas precisión.

Apestaba al paddle.

Pero de nuevo, la suerte estaba de mi lado e impidió que me frustrara: El papá de uno de mis amigos puso una cancha, en donde podíamos ir y jugar gratis. Así que nos pasábamos las mañanas de los sábados y domingos (que era cuando mejos gente había) metidos bajo un techo de chapa transpirando como en un sauna, pero menos quietos, golpeando la pelotita, las paredes y los alambrados.

Tercer año de la secundaria seguimos con handball, cuarto y quinto con basquet.

A esa altura, con el entrenamiento de karate, y los deportes a los que jugaba cada vez que podía, me permitían correr 7 kilómetros hasta una pueblo vecino a cortejar a una señorita. Los raro, es que iba con mi mejor amigo, que tenía las mismas intenciones. A veces íbamos en bici también.

Déjeme hacer un paréntesis en el tema deportes, y contarle cómo terminó aquello.

Siesta de verano en Jujuy, llegamos corriendo a San Antonio, y vamos directamente a visitar a la señorita, que nos esperaba para tomar el té con masas. Repito, por si no quedó claro: SIESTA de VERANO en JUJUY. Yo no entiendo siquiera cómo nos abría la puerta, con lo transpirado que llegábamos.
El tema es que tomamos el té, comimos las masas (absolutamente todas) y salimos a pasear a la plaza del pueblito. La idea era esperar el momento exacto para declararle nuestro amor.

En un imporivsado "piedra, papel o tijera" me gané el privilegio de ser el primero. Si tenía éxito, mi amigo debía desistir inmediatamente. Mientras caminábamos, él, con no sé qué excusa, nos deja solos.
Ella y yo nos sentamos en un banquito como a mitad de cuadra, y ahí, a boca de jarro, le digo: "Sabés que estoy enamorado de vos?"
No recuerdo qué me dijo, pero, como era de esperarse, fuí rechazado. Me levanté del banquito, me dirigí a mi amigo que estaba en la esquina, mientras él venía hacia mí. Nos cruzamos a medio camino. Me preguntó: 

- Y?, 
- No. 

Y continuamos nuestros caminos. Yo me senté en un banco en la esquina y él se sentó con ella.}
7.5 minutos después, lo ví venir solo. 

-Y? - pregunté. 
- Tampoco.

Y comenzamos a correr los 7 kilómetros de vuelta a nuestro pueblo, sin siquiera despedirnos. O pedirle agua para el camino. Así de bestia era.

Fin del paréntesis.

Finalmente llegó sexto año, en donde nos esperaba un profesor nuevo de educación física, que también enseñaba en la escuela comercial. Éste señor tuvo la idea de que las dos escuelas, rivales por naturaleza, podían hacer educación física juntas.

Primero trató de enseñarnos natación.
Qué clase de loco quiere que un ser de montañas nade?
Pasó lo que tenía que pasar: Uno de los chicos nadando estilo crol se cansó de bracear justo en medio de la pileta y, por fuerza mayor, improvisó el estilo piedra.
Por suerte el profesor estaba atento y lo sacó antes que tragara más agua. Se terminó natación.

Pero llegó la maldición: Empezamos a practicar fútbol. Yo no tengo nada en contra del fútbol, es más me encanta. Pero no en ese momento. Yo no quería jugar. Me sabía torpe y no quería pasar vergüenza demostrándolo.
- No, yo no voy a jugar.
- Tenés que jugar, o te aplazo.
- No. Aplazame y vemos, pero yo no voy a jugar.
- Dale! Te parás acá, y cuando viene la pelota, le pegás para allá, y listo!
- Uffff, ok.

Me paré en un sector, bien al costado de la cancha, con la esperanza que la pelota no pasara por ahí.
Pero pasó.
Todo el mundo sabe que es muy difícil resistirse a la tentación de no patear una pelota que viene hacia uno. Calculé la trayectoria y velocidad de la pelota, mi velocidad, el punto de impacto, tomé carrera, y tiré la patada con todas mis fuerzas. Lo que no había calculado (bah, ni había visto) era al otro chico, el  habilidoso, que venía detrás de la pelota, que llegó antes que yo, y con la puntita del pié desvió la pelota de su trayectoria original cuando mi pié ya estaba en curso impulsado por mi fuerza motriz, que finalmente impató en su pierna.

Fractura  de peroné.

Eso fué suficiente para que la directoria diera por terminada la actividad del fútbol, ganándome una puteada masiva de mis amigos.

Lo bueno es que gracias a eso empezamos rugby.
Me costó agarrarle la mano, pero lo hice, y es uno de los deportes que más me gustan.
El profesor pudo organizar un partido con una escuela de San Salvador. Una escuela que practicaba rugby los 6 años.
22 a 0 perdimos. 
Pero seguimos entrenando. Me hice bueno tackleando, claro, desatando a la bestia que en otros deportes debía estar atada… hasta que le quebré la clavícula a uno de la comercial.
Debo confesar que fue sin querer… a medias.
Yo me tiré a taclearlo fuerte, y sí con intención de lastimarlo. Lo que no tuve en cuenta fué la pared que estaba a escasos 50 cms de la cancha, así que parte de la culpa la tiene el profesor, por llevarnos a  jugar a instalaciones que no estaban en condiciones. De todas maneras disfruté que se quebrara, porque el otro pibe era un forro reconocido.

La cuestión es que también dejamos de jugar al rugby, y para aprobar educación física del último año de la secundaria, tuvimos que correr una minimaratón de 18kms. (6 hasta el dique la Ciénaga, 6 alrededor, y 6 más de vuelta). Por supuesto, los 18 kilómetros me fueron acompañando puteadas de todo calibre, de compañeros de ambas escuelas. Pero era de esperarse.

Mas tarde, seguiría sólo con las artes marciales, hasta llegar a Buenos Aires, y volver a jugar al fútbol, ésta vez con mucho, mucho, mucho cuidado.

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