Corría el año 2003. Yo tenía frescos 20 años y por mi cuerpo corría energía pura y no me dolía absolutamente nada.
Me encontraba con mi mejor amigo, Arístides, en la plaza del pueblo. Ambos a finales de Enero, de vacaciones sin absolutamente ninguna responsabilidad. Estábamos hablando de nuestra aventura anterior (y único antecedente para lo que vendría después): habíamos intentado llegar desde El Carmen a Salta, por camino de cornisa. Eran unos 70 kilómetros, que no habíamos completado.
Quizás porque habíamos hecho más de la mitad, que era todo de subida, pensamos que podríamos; o quizás ni siquiera pensamos eso y nos mandamos por el simple hecho de ver qué pasaba. Como sea, se nos ocurrió que podríamos ir en bicicleta desde donde estábamos hasta Lima. Si, en Perú. Unos 2500 km.
Rápidamente comentó que él y su hermano habían comprado un par de bicis de última generación. Yo esperaba que me dijera que tenían aire acondicionado y venían con pensión completa, pero no. Simplemente eran muy livianas, con cambios, y se desarmaban y armaban en dos minutos con una llave especial que traían.
Buscamos unos pesos que teníamos, armamos un bolso con ropa que llevaríamos a modo de mochila, y partimos pedaleando.
Ya en al llegar a la capital de Jujuy, San Salvador de, yo estaba harto de pedalear. Mi espíritu aventurero no tenía la temple de la de él. Ni las mismas piernas, al parecer.
Luego de una acalorada discusión, y ante la amenaza de volverme, lo convencí de que hiciéramos tramos en autobus y tramos en bicicleta. Aceptó de mala gana, y quizás por eso no se dió cuenta de que era yo quién estaba yendo a comprar los pasajes.
Y saqué hasta los más lejos que nos permitieron los DNIs. Hasta Chacalluta, Bolivia. A unos pocos kilómetros de la frontera con Perú.
En ese momento no había google maps, ni gps, ni nada, así que él estaría subido en el bus, sin saber en donde nos bajaríamos.
Desarmamos las bicicletas y nos subimos. El nombre de destino del bus no decía mucho porque era una localidad de Bolivia que no recuerdo en donde tendríamos que hacer trasbordo para entonces sí, llegar destino.
Viajamos lo que restaba del día, y a las 2 de la mañana llegamos a ese lugar sin nombre. Arístides, esperanzado, comenzó a armar su bicicleta luego de que la sacáramos de la bodega del autobús, pero le dije que se detuviera, que ahora nos subíamos a otro.
Entonces se enojó.
El otro bus venía con retraso. Íbamos a estar ahí dos horas. Las dos horas Arístides no dejó de proferirme insultos, que a veces interrumpía con amagues de armar su bici, o de revolearme un puñetazo.
Llegó el otro autobus, subimos (en asientos lo más separados que pudimos) y nos dormimos.
Nos despertamos con el sol ya en alto y llegando a Chacalluta. Sin decir una palabra, mi amigo armó su bici y comenzó a pedalear hacia Perú, pero tuvo que volver cuando vio que yo estaba comprando un sandwich para desayunar.
Luego de desayunar y más decidido comenzó a pedalear de nuevo, pero otra vez tuvo que volver a ayudarme a armar mi bici, porque yo no tenía idea de cómo desdoblar esos fierros, y si la rompía su hermano lo iba a matar.
Pedaleamos cerca de 10 kilómetros, y llegamos al puesto fronterizo, pero cuando quisimos pasar hacia el otro lado de la frontera una palabra bastó para detenernos: "Pasaporte".
En esa época con sólo el DNI podías viajar desde Argentina, a Uruguay, Paraguay, Brasil, Bolivia y Chile. Es decir a países limítrofes. Pero para ir más allá, necesitábamos pasaportes. Ninguno de nosotros tenía uno.
Decidimos ingresar de todas maneras, aunque fuera por las malas. Pero primero le rogamos a los gendarmes que nos dejara pasar. Nos pidieron dinero, que no teníamos. Nos pidieron comida, que tampoco teníamos. Dejamos de insistir cuando nos dijeron que dejáramos una de las bicicletas, que nos la devolverían cuando regresáramos. Por alguna razón que no puedo explicar, no les creímos.
Y decidimos sentarnos a pensar en alejarnos del lugar, bordear la frontera y escalar las pocas montañas que nos separaban de Perú. Estábamos en eso, cuando vimos llegar desde el otro lado de la frontera, a dos montañas de tierra en dos ruedas.
Entiéndaseme la expresión. Eran dos personas en bicicletas, pero traían tanta tierra encima que era imposible distinguir que eran eso: dos personas.
Venían con cascos, gafas, pañuelos, ropa marrón, unas mochilas enormes en la espalda, montados en bicicletas, y todo eso tapado con tierra.
Al llegar a donde estábamos sentados y vernos a nosotros y a nuestras bicis impecables, se bajaron de las suyas.
Caminaron hacia donde estábamos nosotros, se quitaron el casco, y dos melenas rubias de desenrollaron hacia abajo.
Luego se quitaron las gafas, y aparecieron cuatros ojos (dos por persona, aclaro para los distraídos) de un celeste profundo.
Luego se quitaron los pañuelos de los rostros, y traían máscaras!
Y luego se quitaron las máscaras y aparecieron dos bocas de dientes perfectamente alineados. Esos rostros eran de las dos mujeres más hermosas que hubiéramos visto nunca.
Sacaron un mapa plastificado y perfectamente doblado, y nos señalaron un punto: Humahuaca, Jujuy. No entendimos mucho, así que sólo levantamos el dedo pulgar en modo de aceptación. Doblaron y guardaron nuevamente el mapa.
Trataron de hablarnos en un español ininteligible a lo que yo les pregunté si hablaban inglés, con mi inglés con poca práctica hasta el momento. Me dijeron que sí, y preguntaron algo que podría haber sido cualquier cosa, pero que yo entendí como "A dónde se dirigen".
Yo, con mi habitual inocencia que justificaba plenamente mi estupidez, casi contesto señalando a la frontera, que queríamos ir a Lima. Pero Arístides, rápido de reflejos, me tomó del cuello antes de que yo hablara, un poco para evitar que lo hiciera pero otro poco (o mucho) porque todavía estaba enojado por el engaño y dijo alegremente "Jujuy".
Por un momento me despistó! No era que íbamos a Lima? No estábamos hablando de cómo colarnos sin pasaportes? Pero luego de esos mili-segundos entendí: Íbamos a volvernos con ellas.
Hablamos un ratos más, apenas entendiéndonos, y comprendimos que ellas eran Suecas (o de por esos lados), que eran 5 amigas, que venían haciendo la travesía en bici desde Cuba, desde hacía un mes mas o menos, y que 3 de ellas se habían quedado en Colombia, porque habían conocido unos chicos, y que se iban a reunir todas en Humahuaca.
No recuerdo qué más habremos dicho, pero sí recuerdo que se rieron muchísimo. Y comenzamos la pedaleada rumbo a Jujuy.
Íbamos llegando a Chacalluta, cuando pensé que me iba a tener que comer nosecuántos días pedaleando! Así que me las ingenié para "caerme" a un costado de la ruta, golpeando con una piedra la junta por la cual se doblaba la bici, rompiéndose de tal manera que era imposible seguir andando. Creo que Arístides entendió mi jugada, porque de no haber estado con esas chicas me hubiera despellejado vivo.
Luego de mentirles los incontables peligros a los que nos habíamos enfrentado transitando las rutas bolivianas en bicicleta, y de explicarles que el paisaje no era tan lindo después de todo, y que además podía estar lleno de bolivianos, las convencimos de cruzar el país en autobús.
Ésta vez tomamos el bus enseguida y las chicas se durmieron inmediatamente luego de sentarse. Con Arístides, nos fuimos a la parte trasera del bus a tramar la repartija. El problema era decidir quién se quedaba con cuál! Cosa extraña, porque en general discutíamos por quién se quedaba con la linda, sabiendo que el otro tenía que comerse a la dama de compañía como buen escudero. Pero ésta vez las dos eran hermosas, y la discusión era porque queríamos que el otro eligiera primero, así, en caso de fracaso, poder culparlo en el futuro.
Eventualmente también nos dormimos.
El autobús paró en otro pueblo distinto del primero, en donde nos dijeron que podíamos hacer el trasbordo. Bajamos, compramos empanadas, y éste vez sí, comimos como desaforados. Sorprendentemente las chicas también.
Ah, y bebimos vino. De calidad horrible, pero a ellas les gustaba.
Confiados en el que el vino facilitaría el trabajo, ésta vez subimos al autobús y las sentamos separadas, haciendo cada uno de escolta, pero la estrategia no surtió efecto porque también ésta vez rápidamente se durmieron.
Con Arístides nos fuimos otra vez al fondo, ésta vez a fantasear con qué cosas haríamos con ellas cuando llegáramos a Jujuy.
Llegamos. Ellas miraron otro mapa, y decididas nos guiaron hacia un camping municipal. Yo les dije que me ausentaba por razones personales y me fui al baño a defecar (dos días hacía que no hacía). Cuando volví, dos tiendas del tamaño de un monoambiente estaban perfectamente armadas. Pude ver a Arístides tirado en el césped y entendí que no había ayudado ni a clavar un estaca. Todo lo habían hecho ellas. Cuando me fui acercando, sacaron de las mochilas unos paquetitos diminutos y dijeron "Wir teikina shauer" que entendí como que se iban a pegar una ducha.
No sé cuánto tiempo transcurrió. Arístides y yo recorrimos las carpas habitadas por varones, mendigando preservativos, pero no conseguimos.
Entonces las chicas salieron. Con las cabelleras mojadas y envueltas en unas toallitas que apenas les cubrían las partes. Altas, pálidas, con las piernas larguísimas al aire, y sonriendo ampliamente. Yo me congelé. Se acercó una de ellas, me tomó de la mano, y me introdujo con ella a la carpa. De un bolsillo de la mochila sacó una caja de 12 preservativos. Viva la libertad europea carajo!
Salimos ya de noche, a buscar comida y nos sentamos en un fogón donde un grupo de chicas y chicos cantaban unas canciones de folklore, mientras uno tocaba la guitarra. Ahí encontramos a Arístides y a la amiga. Comimos, tomamos, nos seguimos riendo, y nos metimos a las tiendas de nuevo.
Pasamos 4 días con las chicas. 2 días cada pareja en su tienda, los otros 2 a veces los 4 en una. Arístides no sólo había robado la bicicleta de su hermano, sino también, muy acertadamente, su cámara fotográfica, así que hicimos registros de sobra de esos días. Al quinto día llegaron sus 3 amigas, comentando la belleza de las lagunas del Sol y de la Luna, en Bolivia.
Decidieron volver a Bolivia. Nosotros ya nos las íbamos a acompañar.
Las despedimos, y fuimos hasta una bicicletería, a que nos hicieran un arreglo casero en la junta de mi bici, para así volver pedaleando hasta El Carmen.
Estábamos en eso, cuando decidimos llenar las cantimploras en una vertiente al costado del camino, con tan mala suerte, que la cámara que viajaba en el bolsillo externo mal cerrado en la espalda de mi amigo, se le cayó al asfalto, abriéndose el compartimiento del rollo y velando toda prueba de nuestra aventura.
Ésta vez fui yo el que no habló en todo el viaje de regreso, muy enojado por tener un amigo tan pelotudo que no cerrara bien el bolsillo de la cámara.
Por supuesto, contamos la historia a todo aquel al que pudimos, pero sin las pruebas, estoy seguro que nunca nos creyó nadie.