martes, 2 de junio de 2020

Yo Ingeniero - Mi paso por una empresa mixta

    Corría el año 2006. Yo ya había pasado por un par de consultoras y una compañía internacional. Estaba dando mis primeros pasos como Arquitecto de Software, y me fui de una empresa que me pagaba en negro a una empresa mixta. Una papelera para ser más exacto. En ese momento yo no sabía, pero esa papelera era el centro de una controversia. Paso a explicar: En el país hay un solo periódico de tirada nacional importante. Y otro menos importante. Uno pensaría que son competencia, pero al ingresar ahí me dí cuenta que son socios. Y además socios del Estado. Basta con que esté el estado para que sea controversial, ¿no?
    El tema es que entré a trabajar ahí, sin saber dónde me metía (producto de vivir desinformado, claro).

    El lugar de trabajo era en un edificio viejo, donde habían algunas oficinas para los gerentes y un espacio abierto para los de sistemas. Un rejunte de escritorios, sillas, ficheros viejos y la gente mayor de 60 años, que parecía haber estado desde siempre ahí, completaban el mobiliario. Sólo el Arquitecto de Software, una pasante y yo éramos los jóvenes del lugar.

   Apenas empezado, yo esperaba que alguien me diera una introducción  a la jerarquía de la empresa, dónde estaba parado en el organigrama, cuál era el negocio de la misma (a grandes rasgos), y cosas que uno consideraría como de costumbre al empezar un nuevo trabajo. De todo aquello, lo único que ocurrió es que vino un hombre bastante entrado en años a decirme que él era el gerente del lugar. Y no lo vi de nuevo por las siguientes dos semanas.

    El segundo día, me senté en mi escritorio, prendía la computadora, y dí vuelta mi silla dándole la espalda al monitor, esperando que alguien viniera a decirme qué hacer. Pasaron los otros empleados a presentarse, muy amables todos, con su vasito de café en la mano, pero nada más ocurrió esa mañana. Por la tarde, vino el Arquitecto, y oh sorpresa! Tenía un volumen extremadamente bajo en la voz. En un espacio abierto, yo operado de un oído, me era imposible escucharlo. Le dije que por favor me gritara, que yo era sordo, y luego de reiterados intentos le entendí que tenía problemas en las cuerdas vocales y no podía hablar más fuerte. Yo sordo, él mudo. Bien empezábamos.

    Intentó explicarme en qué estaba trabajando, una especie de librería de controles (que se usaban mucho en esa época). Le dije que yo ya tenía una hecha, pero no, él quería hacer la suya (otra cosa que también se usaba mucho en esa época). Me dijo que cuando la terminara, íbamos a poder usarla... y se fue.

    No me dijo qué hacer, ni cuándo la iba a terminar, ni qué esperaba de mí, ni nada. Aunque quizás sí me lo dijo pero no lo oí.

    Los siguientes días de la semana se hicieron eternos. Me la pasaba alternado entre el juego del solitario (que ya le ganaba todas las veces) y el buscaminas (al que perdía pocas veces).

    La semana siguiente empecé más esperanzado, pero al segundo día me dí cuenta que la cosa no iba a cambiar.
    Quizás era yo que parecía ocupado, con tanta concentración que requerían esos juegos, así que bajé uno de naves, muy al estilo arcade, y lo más importante, que hiciera mucho ruido.
Sólo me pidieron que bajara el volumen.
Entonces acomodé el monitor como para que se viera que yo estaba reventando OVNIS a más no poder, esperando que me dieran algo para hacer.
No ocurrió. Y pasó la segunda semana.

   En la tercera semana, ya llevaba bajado unos 15 juegos, proponiéndome a disfrutar de las inesperadas  vacaciones pagas, cuando el gerente se acercó a mi escritorio. Entusiasmado lo mostré mi nuevo récord en el pacman, pero el hombre ni se inmutó. Venía a decirme que teníamos que relevar el circuito de un documento (y espero, lector, que sepa perdonarme, pero no recuerdo qué documento era, aunque de ahí puede deducir que muy importante no sería).
Me asignó como compañera y guía a la chica joven del lugar (a quién llamaré María, no por salvaguardar su identidad, sino de nuevo, por la fragilidad de mi memoria), y salimos raudos por las oficinas a perseguir el origen del papel.

María todavía estaba estudiando y llevaba dos meses en la empresa. Dos meses en los que no había hecho nada. Estaba entusiasmada por usar todo lo que estaba aprendiendo en la universidad, así que le puso mucha voluntad al trabajo. Era cuestión de preguntar quién generaba el papel, quienes los rellenaban, quienes los aprobaban, quiénes lo sellaban y quiénes lo guardaban. Ella tomaba nota de absolutamente todo, y de vuelta en la oficina se ponía a armar diagramas de flujo.

El trabajo se podía haber hecho en un día, pero eran tantas las oficinas a las que había que ir, tanta gente con la que hablar hasta dar con el indicado, que se perdía mucho tiempo. Mi primer encuentro con la burocracia. Nos tomó una semana.

En la semana siguiente, teníamos que preparar el informe. Yo sólo quería poner dos líneas:
1) Roberto no agrega ningún valor al proceso, sólo guarda el papel en un cajón, para al otro día (o a los dos), dárselo a la siguiente persona. Ni lo mira.
2) Claudia sella dos hojas por día, y claro, dice que se le acumula el trabajo.

María incluyó los diagramas que hizo, un anexo con notas, y no sé qué mas, y presentamos el informe un Lunes al mediodía.
Martes por la mañana, el gerente vino a pedirnos que modifiquemos el informe, porque Roberto era hijo de un político y Claudia era sobrina de otro.
Cuando el gerente se hubo marchado -o quizás antes-, yo ya estaba buscando un nuevo trabajo.
Martes por la tarde vino el arquitecto a mi escritorio, a mostrarme lo que estaba haciendo. No pude escucharle una palabra. Pero atendí las llamadas de dos empresas interesadas en mi perfil.
Miércoles me levanté y en vez de ir al trabajo fui al correo a enviar mi telegrama de renuncia.

La historia podría quedar ahí, si no fuera por una anécdota más. Cuando fui a retirar el cheque de la liquidación final, me encontré con María en un pasillo. Me comentó que mi renuncia había provocado una revolución en la empresa, porque NUNCA NADIE había renunciado de ese lugar.
¿Y es entendible! Eso era un paraíso para cualquiera. Un paraíso de vacaciones pagas, con aire acondicionado y café gratis. ¿A quien no le gusta eso?
Todos se preguntaban si yo era de una repartición escondida, que había ido a hacer una especie de auditoria secreta y ahora iba a expulsarlos del edén.
Me hicieron esperar para hablar con el gerente. Le expliqué que yo era simplemente un idealista que quería cambiar el mundo y todavía no tenía ganas de vegetar. No sé si me creyó, yo ya estaba preparándome para mi siguiente entrevista de trabajo.

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