Como ingeniero, soy
consecuencia.
Siempre fuí un nerd,
desde chiquito.
Y ésta es mi historia.
Soy de una ciudad
llamada El Carmen, en la provincia de Jujuy.
El término
"ciudad" le quedaba grande, imagínese.
Mi casa era de adobe
(si cree que el único adobe es el lector de pdfs, infórmese mejor), construída
por mi bisabuelo en 1890. Era una extensión de una casa mas grande, cuyo
terreno ocupaba media manzana (casi todas las casas tenían terrenos así de
enormes).
Con el terreno
ocupando media manzana, había patio de sobra. Y en los patios, la gente de
antes plantaba cosas. Había árboles frutales varios: Ciruela blanca y negra,
cayote, tuna, mandarina, tres naranjos, tres paltas, tres parras de distintas
uvas, higos blancos y negros, limones y uno de chirimoyas.
Mi niñez ahí fué
inmejorable (y las diarreas por comer fruta verde o caliente al sol, muy
frecuentes)
La ciudad tenía una
sola plaza, tres calles longitudinales, y como mucho calculo que treinta
transversales. Imposible perderse.
Frente a la plaza
estaban la municipalidad, la escuela, la iglesia, los dos cines (sí, teníamos
dos cine, a 30 metros uno del otro) y una confitería multirubro (tenía mesas y
sillas para sentarse a tomar algo, pero también videojuegos, artículos de librería,
heladería, pizzería y artículos de limpieza). A la "confi" le hacía
competencia el multirubro que estaba en la esquina. Imagíne que si úna
confitería vendía todo lo que digo, en el multirubro podía conseguir hasta un
container lleno de pandas amaestrados.
En El Carmen,
durante los 80/90, las casas no se cerraban con llave. Uno podía salir de su
casa y entrar a la de su vecino como si fuera una habitación más, y nuestras
madres si no sabían donde estábamos, ponían en marcha el sistema de seguridad
de la ciudad: Le preguntaban al primero que pasaba por la puerta. Y siempre,
siempre, siempre, nos habían visto ir a algún lado o entrar en algún otro.
Era fantástico estar
almorzando, y ver que tu amigo se aparecía de la nada en el comedor, hacía una
saludo general y se sucedía siempre el mismo diálogo.
Amigo:
- Te falta mucho para terminar?
Yo:
- Sí, recién empezamos.
Mamá:
- Querés comer, Ariel?
Ariel miraba los
platos. Si le gustaba lo que había, decía que si y se sentaba. Sino decía
"No, ya comí" (lo cual era verdad).
Acto seguido, pasaba
al patio a esperarme.
Al rato entraba otro
amigo, saludo general, pispeaba para el fondo y pasaba. Y así con toda la barra de amigos.
Podía ser en mi
casa, o la de cualquier otro. Y jamás de los jamases se pedía permiso o se
tocaba el timbre para entrar. Puede ser porque no teníamos timbres tampoco.
Cuando fuimos un
poco más grandecitos, ya podíamos jugar en la calle literalmente. El punto de
reunión era la plaza, en donde a veces jugábamos a las carreras, la mancha,
andábamos en bici y en patines. El juego
mas peligroso era las escondidas, porque usábamos los árboles y ligustrines
para escondernos y había que estar atento no sólo al que buscaba, sino al
"Chato", el placero, que no quería que le pisemos el césped. De
hecho, si agarraba alguno distraído lo dejaba con algunos pelos de menos en la
cabeza del mechonazo que le daba.
Pero muchas veces
nos íbamos a jugar a la pelota a alguna calle poco transitada (es decir,
cualquier de las transversales) o íbamos a la casa de mi primo, que tenía
pileta.
Y por supuesto,
íbamos todos a la misma escuela.
Y es en esa escuela
en donde el nerd que escribe comienza a perfilarse.
Empecé jardín de
infantes sabiendo leer. Pasé a la primaria sabiendo sumar y restar, y ya
conciente de la infinitud de los números (mis trabajos en jardín de infantes
era hojas y hojas con secuencias de números). Tal nivel de abstracción no es
común en un niño… salvo que sea un nerd.
En la primaria,
obviamente me aburría, y los maestros no eran capaces de satisfacer mi
curiosidad ni de evitar mi mal comportamiento. Me daban tareas extras, que
terminaba de todas maneras más rápido que mis compañeros y por consiguiente me
dedicaba a molestarlos. Hay que decirlo, mis maestros no estaban preparados
para darme contención, y estoy agradecido a la vida por ello, porque era claro
candidato a ser diagnosticado (erróneamente) con TDAH (Trastorno por Déficit e
Hiperactividad)
Si tuviera un
boletín de le época, podría verse que tenía un "Ss" (Sobresaliente)
en todas las materias, y una "R" (Regular) en disciplina.
Mis padres contarían
durante años cómo yo pasaba mucho tiempo en "dirección" y luego ellos
me tenían que ir a buscar.
Ir a
"dirección" se suponía que era un castigo, pero que a mí me encantaba
porque la directora me dejaba jugar con unas figuras geométricas de acrílico
(que eran muy delicadas y las únicas en toda la escuela por cierto).
Mi mamá, que, o era
una visionaria, o quería mantenerme ocupado, me terminó metiéndo (a los 8 años)
a un instituto de inglés. Era el menor del instituto, y egresé del mismo a los
15, siendo abanderado, como buen nerd que se precie.
Por aquel tiempo,
empecé a leer los que podía. Primero eran las revistas Anteojito, luego los
cómics. El Hombre Araña específicamente.
Luego las Nippur y las D'artagnan. Luego todo lo que se me cruzara. A tal punto
que en casa teníamos una coleccipón de libros de gramática inglesa, que pasó
por mis ojos. Y por casualidad, un cartero equivocadamente nos dejó un
diccionario ilustrado, que me solía llevar al baño cuando hacía caca, para ver
cómo funcionaba una turbina de avión, o una bomba de agua. En fin, cosas de
Nerds.
Y como para acentuar
el estereotipo, era asmático, flacucho y pálido.
Pero lo que
realmente define a un nerd, es su relación (o la falta de ella) con el sexo
opuesto.
En la escuela
primaria, una persona normal comienza a relacionarse con sus amiguitas. Un nerd
no.
Es una imposibilidad
física, como acercar dos imanes por el mismo polo. Claro que hay grados en
ésto. No a todos los nerds les resulta tan difícil, aunque en mi caso era
bastante claro: iba camino a ser ingeniero.
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