martes, 26 de septiembre de 2017

Yo ingeniero: Loading...

Como ingeniero, soy consecuencia.
Siempre fuí un nerd, desde chiquito.
Y ésta es mi historia.

Soy de una ciudad llamada El Carmen, en la provincia de Jujuy.
El término "ciudad" le quedaba grande, imagínese.

Mi casa era de adobe (si cree que el único adobe es el lector de pdfs, infórmese mejor), construída por mi bisabuelo en 1890. Era una extensión de una casa mas grande, cuyo terreno ocupaba media manzana (casi todas las casas tenían terrenos así de enormes).

Con el terreno ocupando media manzana, había patio de sobra. Y en los patios, la gente de antes plantaba cosas. Había árboles frutales varios: Ciruela blanca y negra, cayote, tuna, mandarina, tres naranjos, tres paltas, tres parras de distintas uvas, higos blancos y negros, limones y uno de chirimoyas.
Mi niñez ahí fué inmejorable (y las diarreas por comer fruta verde o caliente al sol, muy frecuentes)

La ciudad tenía una sola plaza, tres calles longitudinales, y como mucho calculo que treinta transversales. Imposible perderse.
Frente a la plaza estaban la municipalidad, la escuela, la iglesia, los dos cines (sí, teníamos dos cine, a 30 metros uno del otro) y una confitería multirubro (tenía mesas y sillas para sentarse a tomar algo, pero también videojuegos, artículos de librería, heladería, pizzería y artículos de limpieza). A la "confi" le hacía competencia el multirubro que estaba en la esquina. Imagíne que si úna confitería vendía todo lo que digo, en el multirubro podía conseguir hasta un container lleno de pandas amaestrados.

En El Carmen, durante los 80/90, las casas no se cerraban con llave. Uno podía salir de su casa y entrar a la de su vecino como si fuera una habitación más, y nuestras madres si no sabían donde estábamos, ponían en marcha el sistema de seguridad de la ciudad: Le preguntaban al primero que pasaba por la puerta. Y siempre, siempre, siempre, nos habían visto ir a algún lado o entrar en algún otro.

Era fantástico estar almorzando, y ver que tu amigo se aparecía de la nada en el comedor, hacía una saludo general y se sucedía siempre el mismo diálogo.

Amigo: - Te falta mucho para terminar?
Yo: - Sí, recién empezamos.
Mamá: - Querés comer, Ariel?

Ariel miraba los platos. Si le gustaba lo que había, decía que si y se sentaba. Sino decía "No, ya comí" (lo cual era verdad).
Acto seguido, pasaba al patio a esperarme.
Al rato entraba otro amigo, saludo general, pispeaba para el fondo y pasaba. Y así con toda la barra de amigos.
Podía ser en mi casa, o la de cualquier otro. Y jamás de los jamases se pedía permiso o se tocaba el timbre para entrar. Puede ser porque no teníamos timbres tampoco.

Cuando fuimos un poco más grandecitos, ya podíamos jugar en la calle literalmente. El punto de reunión era la plaza, en donde a veces jugábamos a las carreras, la mancha, andábamos en bici y en patines.  El juego mas peligroso era las escondidas, porque usábamos los árboles y ligustrines para escondernos y había que estar atento no sólo al que buscaba, sino al "Chato", el placero, que no quería que le pisemos el césped. De hecho, si agarraba alguno distraído lo dejaba con algunos pelos de menos en la cabeza del mechonazo que le daba.
Pero muchas veces nos íbamos a jugar a la pelota a alguna calle poco transitada (es decir, cualquier de las transversales) o íbamos a la casa de mi primo, que tenía pileta.

Y por supuesto, íbamos todos a la misma escuela.

Y es en esa escuela en donde el nerd que escribe comienza a perfilarse.

Empecé jardín de infantes sabiendo leer. Pasé a la primaria sabiendo sumar y restar, y ya conciente de la infinitud de los números (mis trabajos en jardín de infantes era hojas y hojas con secuencias de números). Tal nivel de abstracción no es común en un niño… salvo que sea un nerd.

En la primaria, obviamente me aburría, y los maestros no eran capaces de satisfacer mi curiosidad ni de evitar mi mal comportamiento. Me daban tareas extras, que terminaba de todas maneras más rápido que mis compañeros y por consiguiente me dedicaba a molestarlos. Hay que decirlo, mis maestros no estaban preparados para darme contención, y estoy agradecido a la vida por ello, porque era claro candidato a ser diagnosticado (erróneamente) con TDAH (Trastorno por Déficit e Hiperactividad)

Si tuviera un boletín de le época, podría verse que tenía un "Ss" (Sobresaliente) en todas las materias, y una "R" (Regular) en disciplina.

Mis padres contarían durante años cómo yo pasaba mucho tiempo en "dirección" y luego ellos me tenían que ir a buscar.
Ir a "dirección" se suponía que era un castigo, pero que a mí me encantaba porque la directora me dejaba jugar con unas figuras geométricas de acrílico (que eran muy delicadas y las únicas en toda la escuela por cierto).

Mi mamá, que, o era una visionaria, o quería mantenerme ocupado, me terminó metiéndo (a los 8 años) a un instituto de inglés. Era el menor del instituto, y egresé del mismo a los 15, siendo abanderado, como buen nerd que se precie.

Por aquel tiempo, empecé a leer los que podía. Primero eran las revistas Anteojito, luego los cómics. El Hombre Araña  específicamente. Luego las Nippur y las D'artagnan. Luego todo lo que se me cruzara. A tal punto que en casa teníamos una coleccipón de libros de gramática inglesa, que pasó por mis ojos. Y por casualidad, un cartero equivocadamente nos dejó un diccionario ilustrado, que me solía llevar al baño cuando hacía caca, para ver cómo funcionaba una turbina de avión, o una bomba de agua. En fin, cosas de Nerds.

Y como para acentuar el estereotipo, era asmático, flacucho y pálido.

Pero lo que realmente define a un nerd, es su relación (o la falta de ella) con el sexo opuesto.
En la escuela primaria, una persona normal comienza a relacionarse con sus amiguitas. Un nerd no.
Es una imposibilidad física, como acercar dos imanes por el mismo polo. Claro que hay grados en ésto. No a todos los nerds les resulta tan difícil, aunque en mi caso era bastante claro: iba camino a ser ingeniero.


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